Y seguimos empujando pobres al fondo de la grieta

El proceso para bajar la pobreza estructural necesita de nuevos dirigentes. La grieta no sólo afecta a los actores políticos, también impide avanzar con cambios y programas necesarios que entreguen las herramientas para que las familias tengan oportunidades y un horizonte.

La pobreza no podrá dejar de ser un problema en el corto plazo en la Argentina. Es una afirmación que sin ser economista ni especialista me atrevo a hacer sin temor a equivocarme. Hay cuestiones fundamentales que no cambiarán por lo menos con la actual generación de dirigentes políticos y que hacen imposible que se piense en bajar la pobreza estructural.

La palabra "estructural" es fundamental porque nos referimos a esa pobreza incrustada que va más allá de cuestiones estacionales y que corresponde a las familias que están encerradas en la miseria sin alternativas ni horizontes.

De acuerdo a los datos de la UCA en el país la pobreza estructural es del 40% y en Mendoza -según datos provinciales- está cerca del 30%. Se trata de cifras muy altas que indican -principalmente- que para llegar las carencias que la generaron se ha extendido en el tiempo, atravesando décadas y muchos gobiernos. Cada uno de ellos fue sumando su porcentaje a la estructura de pobreza del país que hoy alcanza niveles muy difíciles de disminuir.

El índice del Indec puede bajar con algunas medidas rápidas y eficientes, porque está marcado por el nivel de las canastas alimentarias y se refiere a la cuestión de los ingresos. Pero para cambiar la pobreza profunda, esa que no sólo depende del dinero que puede conseguir una familia, sino que tiene que ver con la falta de servicios básicos y de condiciones mínimas para el desarrollo, necesita de un proceso mucho más largo.

Por eso me atrevo a afirmar que la pobreza estructural con esta generación de políticos no cambiará, porque la grieta no lo permite. Lejos de achicarla por cuestiones como la pandemia, la profundizan cada día (de uno y otro sector) en momentos que es urgente un gran acuerdo social en el que las ideologías las guarden en el placard y comiencen a pensar en medidas de fondo.

Sebastián Waisgrais, especialista en Inclusión Social y Monitoreo en Unicef le dijo a Infobae que "para poder reducir la pobreza significativamente, lo que no significa erradicarla, el país necesitaría crecer a niveles superiores al 3% anual durante quince años, además de reducir la inflación".

Lo que nos dice el especialista es que necesitamos una plan económico acordado con todo el arco político, con empresarios, con sindicatos y todos los actores de la sociedad para dejarnos de joder y remar todos para el mismo lado. Además, eso se debe mantener en el tiempo.

Sin temor a equivocarme, les aseguro que eso hoy es imposible con los dirigentes que tenemos. La duda es cuándo llegarán los líderes que serán capaces de sentarse en la misma mesa, avanzar con las reformas que se tienen que hacer (y que seguro no le agradarán a todos) y tener un plan de reducción de la pobreza estructural.

La pobreza cero no ni siquiera tema, aunque la prometieron en su momento. Además sacar a personas de un nivel social y llevarlo a otro también implica readecuar el Estado para responder a las necesidades de una clase media que crece al ritmo que baja la pobreza y que tampoco puede ser descuidada. Hoy en el país hay más pobres y encima la clase media está abandonada y asfixiada.

Los grandes cambios necesitan de grandes dirigentes y grandes acuerdos. La pandemia no nos permitió encontrar ninguna de las dos cosas. Esperemos que el tiempo nos entregue ambos porque es la única forma de comenzar a entregar oportunidades reales y no sólo asignaciones y planes, que también son necesarios, pero que no son la solución -y las cifras lo demuestran- para que los que están más abajo algún día puedan ver la luz.


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