Stop mundo stop

Isabel Bohorquez se pregunta en este profundo artículo "cómo volveremos a las calles" cuando todo esto se acabe. Doctora en Ciencias de la Educación, exrectora de la Universidad de Córdoba, es asesora del Ministerio de Ciencia y Tecnología de Córdoba.

Isabel Bohorquez

Párate mundo.

Párate y apártate humano, parece decir la naturaleza con aquéllas expresiones de regeneración que se manifiestan día a día. Se limpian las aguas y los cielos, los animales retozan y las plantas crecen sin nuestra intromisión devastadora, dejando en suspenso todos los pronósticos sobre la vida en el planeta.

Hemos constatado en un brevísimo tiempo que la Tierra puede sin nosotros. Está mejor sin nosotros, se recupera sin que nosotros hagamos nada. Eso, NADA.

Parecemos niños pequeños en penitencia.

Calles vacías y más limpias.

Hermoso silencio que deja oír...

El latido de la vida palpitando libremente.

¿Y nosotros?

En el mejor de los casos, armamos una vida en cuarentena, nos instalamos en casa con Netflix, hipercomunicación y delivery mediante, transcurrimos las horas.

He visto expresiones de opulencia casi obscena sobre cómo pasar el aislamiento en un petit paraíso parquizado y climatizado. Ni que decir del inútil e incomprensible registro de cómo lo pasan los famosos...

Si sos pobre la pasas peor.

Si vivís del jornal diario la pasas peor.

Si estás solo o lejos de tu familia, la pasas peor.

Si tenés problemas de salud, la pasas peor...la lista sigue y sigue.

Igualmente, la pandemia pasará.

Eso deseamos todos.

¿Ante qué tenemos que estar advertidos?

De nuestra vanidad.

De nuestra superficialidad que anestesia nuestra capacidad de sacrifico y de compromiso.

Esta tragedia no se trata de mirarla por tv o de filmarnos graciosamente o de transgredir las pautas de aislamiento como si el virus fuera un problema de los viejos y débiles .

No son nuestras selfies lo que importa. Ni nuestras pequeñas frustraciones.

Ni es cuestión de estar esperando que pase lo antes posible para volver a mi vida normal como si nada hubiera pasado.

Muere gente a diario, los médicos y enfermeras se agotan, hasta hay tremendos casos de suicido por estrés y la acongojante hilera de camiones con féretros es una imagen que debe conmovernos para siempre.

Si algo hizo este virus fue igualarnos en nuestra condición de infectados, sanos, enfermos, a salvo o en riesgo. Y pegarnos una paliza mental y emocional.

Deberá servir para algo .

El virus además ha puesto en contraste los problemas que ya teníamos y sabíamos que teníamos.

Unos pocos ejemplos:

Nuestra fragilidad sanitaria, porque invertimos más en armas y en jugadores de fútbol que en hospitales y en recursos tanto humanos como de innovación tecnológica en salud.

Hemos preferido construir hoteles de cinco -y ¡hasta siete!- estrellas en lugares que eran maravillosos antes de nuestra intervención y no hemos invertido en salud, en educación o en distribución de la riqueza con producción y trabajo.

Nuestra idiotez culturalmente aceptada de que podemos recorrer el mundo ensuciando y pisoteando cada rincón por extremo y recóndito que sea -porque cuánto más exótico y caro es mejor-, nos ha llevado a invertir cuantiosas fortunas que hoy resultan ser sitios desolados.

El turismo, noble actividad y próspera industria, deberá plantearse profundamente un modo de seguir desarrollándose sin ser ella misma un tipo de virus. Y convengamos que si bien muchos viajan y muchos más generan economías locales y sostienen sus pueblos o ciudades con la presencia consumidora de los que viajan, es momento de interrogarse y responderse seriamente hasta donde estamos dispuestos a llegar con esta industria y si no sería más conveniente para todo el planeta que aprendamos a vincularnos con los lugares que habitamos y visitamos con más delicadeza, responsabilidad y amor.

El mundo no es un juguete. Ni es objeto de nuestro ocio.

No somos los dueños del mundo.

Quiero decir con todo lo anterior, que nos esperan los mismos problemas a la salida de la pandemia (dando por sentado que salimos) y ésta es una magnifica oportunidad para afrontarlos con otra visión y generar nuevas soluciones.

Entendiendo de una vez, que el planeta puede sin nosotros y que somos nosotros quienes no podemos sin el planeta.

Sacudiéndonos la soberbia y el egoísmo, tanto la nuestra como la de los gobiernos que nos representan y valorar lo sencillo, lo austero, lo pequeño, lo colectivo más que lo personal.

El valor inmenso que tiene la comunidad por sobre el interés individual sin que se me aliene ni se me masifique como persona.

Hemos engrandecido demasiado el ego. Y ahora es tiempo de mirar al otro.

Ese tremendísimo egoísmo que hemos cultivado, hoy se patentiza en un constante intento de auto realización, una imagen donde estoy omnipresente.

El mundo no es una foto mía en él.

Yo soy una presencia en el mundo para algo, por algo. Tomando posición y esforzándome, luchando pacifica y filialmente por causas más importantes que mis próximas vacaciones.

Mi trabajo, mi voz, mi accionar cuenta y debo librarme de la inercia y el afán de neutralidad que solo me asegure mi propio bienestar.

Es el momento de tomar decisiones que tuerzan este destino profetizado de auto destrucción, admirando al mundo amorosa y respetuosamente.

Amor y respeto debe ser palabras indispensables, promoviendo cada acción en ese sentido y reprobando severamente cada acción contraria: todo gesto de desamor (violento, abusivo, corrupto, contaminante, exterminador) deberá ser muy desalentado por todos.

Seguramente nosotros, los seres humanos, necesitamos mucho más tiempo que el cielo, las aguas y la naturaleza en su conjunto para iniciar nuestra regeneración.

El dilema más profundo será: ¿cuánto estamos dispuestos a transformar y si vamos a estar a favor de quienes gobernando el mundo, se animen a tomar decisiones que al principio nos incomoden o nos atemoricen? Y ¿cuáles deberán ser esas decisiones?

Mi mayor anhelo es que esta pandemia que detuvo al mundo sea nuestra oportunidad para empezar a cambiar lo que ya sabemos -hace mucho tiempo-que tenemos que cambiar.

Paulo Freire afirmaba que él no era un optimista por terquedad sino por imperativo histórico; y genialmente insistió tantas veces que " (...) es el saber del futuro como problema y no como algo inexorable. Es el saber de la historia como posibilidad y no como determinación. El mundo no es. El mundo está siendo"

¿Cómo volveremos a las calles, a la vida que llamamos normal?

Me asusta, me aflige, a la vez, me entusiasma y me esperanza este mundo quieto, parado, que deja asomar lo importante.

Me evoca a página en blanco, un primer día de clases en la escuela universal.


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