Circos romanos

La doctora en Educación Isabel Bohorquez propone un artículo que nos haga reflexionar y se enfoca en lo que denomina como "Gran Hermano macabro".

Isabel Bohorquez

Mientras transcurre el plazo que tienen las partes para presentar sus apelaciones ante el Tribunal de Casación (en tanto vamos memorizando más y más terminología jurídica de tanto repetirla), el juicio por el asesinato de Fernando Báez Sosa cometido por un grupo de jóvenes violentos a la salida de un boliche nocturno en Villa Gesell hace tres años sigue teniendo vigencia a través de éste Gran Hermano Macabro: que si las fotos de los "recién llegaditos", que las amenazas de los clanes más temibles de las cárceles, que adónde duermen, qué comen, qué dicen , qué hacen...


Realmente me alarma que estemos en calidad de espectadores -y en muchos casos con ansias de sangre deseando horrores y vejámenes- del desenlace para estos jóvenes que con toda justicia han encontrado su castigo por haber arrebatado la vida de Fernando. ¿Qué tremenda cuestión no? Desear la muerte a quien provoca muerte...desear su destrucción, su aniquilación... viéndolo todo cómodamente por tv como si nosotros no tuviéramos nada que ver con esta circunstancia..

Mientras tanto los asesinatos se siguen produciendo en ese mismo formato aunque sin tanta popularidad: tal el caso del adolescente en Jesús María, Córdoba, que fue atacado por una patota de veinte jóvenes y lo mataron en plena calle. Su nombre es Agustín Ávila. Una familia lo llora.

El juicio puso en evidencia algo que ya sabemos todos: el desborde, los rituales de las peleas callejeras, el exceso de alcohol y drogas en el marco de una industria que comercia con los usos y costumbres de los jóvenes. Las calles por las noches en Villa Gesell como en tantos otros lugares del país se vuelven un escenario caótico y violento demasiadas veces y desde hace demasiado tiempo. Y qué hacemos como adultos? Qué hacemos como sociedad? Cuántos de estos jóvenes no tienen independencia económica para viajar, consumir, emborracharse? Quiénes financian?

Cuánta industria y cuántos consumidores bobos de un mercado que permite la violencia como algo cotidiano... Pensemos por un instante: patovicas en las puertas de los lugares donde nuestros jóvenes van a divertirse... ¿qué representa eso?

Fomentamos, festejamos y bendecimos la libertad de nuestros jóvenes para moverse por esos mismos escenarios que luego nos horrorizan...a eso lo interpreto como una gran hipocresía.

Generamos violencia, vendemos violencia, admitimos violencia: los jóvenes filman sus peleas y eso pasa en cualquier plaza de nuestras ciudades, las motos pueden circular rabiosamente sin control en grupos que se tornan inmanejables durante años (cito el caso de mi ciudad), el Estado parece tan lento e ineficaz que se vuelve cómplice y artífice, los adultos nos corremos de nuestro lugar como tales y apenas lidiamos con nuestros propias dificultades para poner límites o pautar de un modo sano el accionar de nuestros hijos o de quienes sean nuestra responsabilidad (aquí pienso en los entrenadores, miembros y jerarquías del club, autoridades, gente de la comunidad de Zárate que sabían de los comportamientos agresivos de los rugbiers por ejemplo... ¿por qué no los pararon antes?). ¿A la patota de Jesús María no la conoce nadie en el pueblo?

Lo vemos todo por las redes, por la televisión, la internet, el tik tok. Y en cierta medida gozamos con nuestro espanto.

Uno de los programas más visto en Argentina es Gran Hermano...y con esto digo que espiar vidas ajenas y anodinas parece ser entretenido... ¿Será una forma de voyeurismo quizá?

Consentimos cantantes que nos recitan estrofas con acciones delictivas (a eso yo le llamaría apología del delito), y a pesar de ello, luego cenan en mesas famosas o son recibidos por presidentes...

Hemos cultivado arbitrariamente el desenfado, las actitudes desafiantes, la rebeldía como valores absolutos, entendiendo o pretendiendo que todo ello es heroico y libertario.

Quizá necesitábamos sentirnos a gusto en una sociedad que todo lo expresara y lo viviera a su propio ritmo y criterio pero que además lo exhibiera, lo publicara, lo etiquetara y lo linkeara. La fama y el reconocimiento se volvió un ideal de vida, incluso en su versión más oscura y trágica.

¿Qué falta en esa ecuación que invoca emancipaciones varias?

La empatía como valor y como práctica.

Empatía con el otro, todo otro, que nos lleva a considerar nuestro accionar no solamente en función de nuestras necesidades, reclamos, ganas o impulsos.

Con empatía no hay violencia. Se diluye en una mirada frente al otro que también es un yo. Otro yo. Con empatía es posible la ternura, el cuidado, la delicadeza, la noción de daño y su evitación. Esta posible alteridad y reciprocidad elimina las diferencias que instala y justifica la violencia.

Si aspiramos a una sociedad menos violencia debemos empezar a trabajar por una sociedad más empática y menos mediática.

¿Qué pienso de la exposición de este juicio a extremos bizarros? Que tal vez más de un interés rodee esta cobertura. No quisiera encontrarme con el principal abogado candidato a algún cargo político...

¿Qué pienso de los rugbiers a esta altura del texto? Digo lo siguiente: si este deporte fomenta la violencia y parte de su cultura es tal como lo demostraron estos chicos en tantas peleas, hoy este castigo debe ser ejemplar para el conjunto de la sociedad en este deporte o en cualquier otro (el fútbol por ejemplo). La ciudad de Zárate también es responsable de no haberlos parado a tiempo. Hubieran castigado antes a estos muchachos y sus padres no estarían llorando a su hijo Fernando. ¿Son psicópatas? Es muy probable que haya rasgos psicopáticos en sus personalidades y tuvieron un sinfín de oportunidades para afianzarlos en esta academia infernal que resulta una sociedad que mira para el costado esperando siempre que sea otro el que resuelva los problemas de fondo.

A mí no me hace feliz el destino de estos muchachos. Me apena todo. Todo me resulta trágico. Condenarlos solamente no alcanza. Hay que asumir la responsabilidad que tenemos como adultos, como ciudadanos, como sociedad y exigirle a nuestros gobiernos que la violencia deje de ser nuestro escenario cotidiano. Adentro y afuera de las cárceles. No fabriquemos más asesinos.

Nadie gana, todos pierden sino aprendemos y cambiamos en este circo romano.

LA AUTORA. Isabel Bohorquez es doctora en Ciencias de la Educación.

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