¿Querés que te cuente el cuento de la buena pipa?

"Crónica de un plan nacional de lectura frustrado". Escribe Isabel Bohorquez.

Isabel Bohorquez

"El ruido es el rey de nuestros días. Y frente al ruido incontenible leer se convierte en un acto de rebeldía: sentarse y abrir un libro es acallar todas las voces estridentes, es quebrar la continuidad del ruido" (Pep Bruno)

En el campo educativo argentino, hace muchos años que se viene intentando abordar el problema del aprendizaje de las competencias lectoras en nuestros niños y jóvenes.

La escuela obligatoria es el espacio institucional propicio para incentivar la lectura, así como promover -desde allí- su práctica en otros ámbitos de la sociedad, incluso en el hogar de los mismos estudiantes.

Con lo anterior, remarco que la escuela fue y sigue siendo el lugar elegido por la sociedad y los sucesivos gobiernos para enseñar a leer, para estimular la lectura y para mediatizar muchos aprendizajes a través de la misma.

Socialmente esperamos que, más allá de generar oportunidades de lectura en otros espacios y experiencias sociales y culturales, la escuela siga teniendo la mayor responsabilidad en este cometido.

Desde esta mirada del espacio escolar es que en Argentina se vienen desarrollando, uno tras otro, desde 1986 (casi cuarenta años) planes nacionales de lectura que han fracasado silenciosamente.

El primer Plan Nacional de Lectura Leer es crecer, bajo el gobierno de Alfonsín, estuvo a cargo del entonces Ministerio de Cultura y fue auspiciado por la UNESCO. Organismo que ya en la década de los años sesenta comenzó a incentivar la lectura.

En aquél entonces, el sistema educativo obligatorio abarcaba solamente el nivel primario y tenía un porcentaje de deserción del 46,6%.

Luego le siguió el Plan Nacional de Promoción de la lectura en el año 2000 durante el gobierno de de la Rúa. Tuvo como nota distintiva que se incentivó la figura del mediador y la lectura por placer.

Más tarde, durante el gobierno de Kirchner, experimentamos resultados bajísimos en lectura en las pruebas ONE y en 2005 se implementó el Programa Educativo Nacional para el mejoramiento de la lectura y se comenzó con el proceso de alcanzar una dotación de 500 libros a las instituciones educativas.

Las escuelas fueron recibiendo con el correr de los años dotaciones de libros que muchas veces quedaron arrumbados sin siquiera desenvolverlos, se probaron dispositivos de formación docente, talleres, etc.

Entre 2009 y 2015 se repartieron 15 millones de libros en las escuelas y espacios no convencionales.

En el 2015 durante el gobierno de Macri, se discontinuó el programa y se buscó estimular la lectura por medios electrónicos, así como todo lo referido a la conectividad.

En el 2019, durante el gobierno de Fernández se implementó el Plan Nacional de Lecturas y en el 2022 el programa Libros para aprender.

Hasta aquí un apretado resumen que busca ilustrar el recorrido de un plan frustrado.

Durante todo ese tiempo y desde 2006 debido a la sanción de la Ley de Educación 26206 (o sea, casi 20 años) el sistema obligatorio se expandió tanto al nivel inicial como al secundario, abarcando una franja de 14 años de escolaridad obligatoria

En cuanto al panorama educativo, no mejoró los indicadores de deserción ya que al proceso de desgranamiento de la matrícula se le suma el de no terminar en el tiempo esperado (sobreedad, repitencia) y de alcanzar resultados muy pobres en las competencias básicas, entre ellas: la lectura.

Lo que pone en evidencia que tenemos una escolaridad más prolongada, pero no nos va mejor ni nuestros estudiantes aprenden más. Y siguen siendo una minoría los que logran egresar del sistema con buenos resultados y en el tiempo esperado.

La preocupación fundamental de aquellos años sigue siendo la misma que en la actualidad: la competencia lectora de los estudiantes en general es muy baja, la práctica de la lectura es escasa, se lee poco, se comprende poco y no se aplica de manera fecunda en las diferentes áreas disciplinares de la educación obligatoria.

El lamento de los docentes respecto a que sus estudiantes no comprenden consignas o tienen dificultades para la interpretación de textos es una letanía repetida al infinito y que llega a los confines del sistema universitario. Aún cuando los afortunados egresados del sistema obligatorio que logran romper la barrera e ingresar a la universidad es en promedio -minoritariamente- el 12,3% de los jóvenes entre 18 y 25 años. Así mismo, muchos de eso jóvenes tienen dificultades para interpretar lo que leen entre otros aprietos como estudiantes.

¿Entonces qué hacemos?

Casi cuarenta años de planes nacionales de lectura, con distintos matices y un mismo discurso político...

Una educación pública enaltecida en las consignas y en las arengas de campaña, pero empobrecida en la realidad...

Un fracaso sostenido, infranqueable, frente a otros países que incluso estaban por debajo de nuestros índices nacionales hace 30 años y hoy nos superan porque parece que encontraron modos más atinados de hacerle frente a los problemas educativos...

¿Qué sabemos sobre los planes de lectura? ¿Quién puede responder sobre este fracaso continuado?

No tengo información respecto a una evaluación seria y sincera sobre los planes de lectura, sobre el aprovechamiento de las dotaciones de libros y sobre lo que los docentes hayan podido aplicar de lo invertido en el esfuerzo formativo.

No sé qué se sabe sobre la lectura en Argentina a pesar de haber invertido tanto tiempo y dinero en ello. Y lo más lamentable de todo esto es que siempre son los más pobres y vulnerables los que se perjudican con nuestra ceguera y nuestra incompetencia, aunque no se nos caiga de la boca la palabra popular y accesibilidad y derecho y educación pública.

Siguen siendo en Argentina los que más tienen, los que más acceden y nosotros seguimos contándonos el cuento de la buena pipa.

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