La máscara de la ignorancia: líderes dirigentes y dirigentes liderados, el deber del conocimiento

Dice Mauricio Castillo, autor de esta nota: La combinación letal de ignorancia, arrogancia y desapego se ha infiltrado en la esfera pública, que sobrepasa los espacios de gobiernos, como organizaciones sociales del tipo empresariales, sociales y gremiales, dejando a su paso un rastro de decisiones desacertadas y un profundo daño en el entretejido generacional de nuestras comunidades".

Mauricio Castillo

El escenario político-social actual, nos presenta una preocupante tendencia: la naturalización de la ignorancia en algunos casos de indiferencia, entre líderes-dirigentes. Desde lo local hasta los distintos niveles provinciales y nacional, quizás casos aislados, pero real, asistimos cada día a la gran "obra" con un libreto basado en la ausencia de competencias y consciencia en la función que tienen estos actores, lo que se ha convertido en una especie de moneda aceptada en el mercado político-social; fenómeno, por cierto, desalentador y profundamente preocupante.

La ignorancia traducida como incompetencia, cuando se viste con los ropajes del poder, se vuelve aún más peligrosa. ¿Podemos considerar un lujo de elegir a quienes lideran nuestras comunidades y toman sus decisiones sobre sus pares, con un alto grado de falta de comprensión y discernimiento?

El romper con esta máscara de la ignorancia es posible, aunque resulte temerario y hasta ridículo para quienes cada día han elegido continuar formarse, actualizarse y actuar con conocimiento. Es posible actuando con todo lo que implica un cambio profundo, una transformación hacia estándares más elevados.

La ignorancia no es solo una carencia de conocimiento, sino también una renuncia a la responsabilidad de adquirirlo. En un mundo donde la información está al alcance de un clic, la ignorancia es una completa y acabada elección; cuando esta elección la hacen aquellos que han sido elegidos para representar y liderar a sus comunidades, nos encontramos ante la traición a la confianza que se les ha otorgado.

Los líderes políticos-sociales tienen la responsabilidad moral y social de educarse constantemente, de informarse sobre los temas que afectan a sus representados y de buscar soluciones fundamentadas en datos y evidencia, la complacencia y la apatía permisiva dan lugar a la ignorancia como algo normal y hasta legal. (No todo lo legal resulta permitido para la sociedad, pero SI todo lo permitido puede resultar ilegal).

Es cierto, el conocimiento no lo es todo, creo y estoy convencido que es el fundamento sobre el cual se construyen las políticas y las decisiones que afectan a miles, por no decir millones de personas; líderes que se jactan de su ignorancia, utilizándola como estrategia para ganar simpatía, es el resultado de décadas de letargo y empatía social disfuncional. Son necesarios liderazgos que inspiren confianza a través de su competencia y su compromiso con el bienestar común.

La combinación letal de ignorancia, arrogancia y desapego se ha infiltrado en la esfera pública, que sobrepasa los espacios de gobiernos, como organizaciones sociales del tipo empresariales, sociales y gremiales, dejando a su paso un rastro de decisiones desacertadas y un profundo daño en el entretejido generacional de nuestras comunidades.

La soberbia, disfrazada de seguridad y autoridad, es una plaga que corroe las instituciones y organizaciones democráticas desde adentro, es el cáncer que corrompe la capacidad de nuestros líderes para reconocer sus propias limitaciones y escuchar las voces de aquellos a quienes deben brindar sus servicios. Es una muralla infranqueable entre el liderazgo y la empatía, cerrando las puertas al diálogo y la colaboración.

Falta de empatía, combinada con la arrogancia forman un cóctel explosivo que socava la legitimidad del liderazgo; esa carencia de capacidad y habilidad de ponerse en los zapatos de quienes son los destinatarios de sus acciones, se convierten en agentes de su propia agenda, desvinculados de las realidades y necesidades de la gente común; este desapego es una afrenta a la esencia misma de la vida en democracia, el objetivo es mitigar, no tanto eliminar, somos seres humanos.

El abuso de poder, es la manifestación más grotesca de la soberbia y la falta de empatía. Como lo hice al principio, no es general mi análisis, sino que, con unos pocos casos y situaciones en presencia de este tipo de liderazgos, nos aflige, nos duele, nos afecta y puede ser contagioso.

Los que tienen el deber de cumplir sus funciones basadas en decisiones, sin asumir sus responsabilidades y deberes, y que cometen errores recurrentes debido a su falta de compromiso y capacidad para liderar, traicionan la confianza de quienes los eligieron y ayudaron a que estén en ese lugar, permitiendo se perpetue ciclos de corrupción y desigualdad que debilitan los cimientos de una sociedad.

Exigir un cambio puede ser una de las soluciones, otro el rechazar, previa autocrítica a la cultura de la ignorancia como herramienta válida para excusarse y eludir la responsabilidad. Estoy convencido en continuar buscando desafíos en nuestro metro y medio; allí donde vivimos, donde actuamos, donde ejercemos la soberanía de nuestras decisiones personales que afectan directa y proporcionalmente la vida social en la comunidad, ese espacio donde existimos.

El continuar conformándonos con la realidad actual, seguimos construyendo un futuro sin cambios, sin ningún cambio en lo profundo de cada uno de nosotros. Es oportuno citar: "si deseas resultados diferentes, es imposible que se presenten si continúas haciendo lo mismo"; comprometernos con una transformación es el camino, no del otro o del entorno, sino en uno mismo.

La humildad, la compasión y el compromiso genuino, valores escasos que, si continúan debilitándose, se incrementa en nuestros líderes la lealtad a sí mismos.

Ante esta cruda realidad, quizás subjetiva de mi parte, pero con más coincidencias que diferencias entre quienes se atrevieron a leerme, solo me queda la optimista conclusión de transmitir que la lucha debe continuar, con el legítimo reclamo, ordenado y civilizado, con empatía, humildad y compromiso, con compasión solidaria, acompañando con nuestra conducta concurrente, con una meta a conseguir: que entre todos generemos el surgimiento de líderes auténticos en sus capacidades y valores.

Podemos, tenemos ese "Poder", el seguir intentando, el pensarnos, el vernos, creernos capaces de construir una sociedad más justa y equitativa que nos merecemos como ciudadanos y más como seres humanos, esto también puede ser contagioso.

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