¿Feminazi yo? Las tres K

Emiliana Lilloy escribe sobre la mística antigua que afirmaba que el valor más alto y la única misión de la mujer es la conquista de su propia feminidad.

Es curioso que hoy se utilice este término para estigmatizar a las mujeres que están luchando por la igualdad de oportunidades, porque justamente fue el nazismo el que en el centro de su doctrina obligaba a la mujer a la domesticidad y la reducía a la animalidad.

Se hablaba en aquel momento de las tres K (Kinder, Kirche, kurchen que significan "niños iglesia y cocina") para construir la doctrina que imperaba y que se extendió por todo el mundo.

Para someter a las mujeres a esta domesticidad se construyó un relato que perduró décadas después de la guerra. Un relato que subsiste hasta nuestros días con diferentes matices al que Betty Friedam llamó "La mística de la feminidad"

Esta mística afirma que el valor más alto y la única misión de la mujer es la conquista de su propia feminidad. Según ella, la mujer no es igual a los hombres sino que incluso a veces es superior. No porque tenga más derechos sino justamente por lo contrario, por su abnegación hacia la familia, su sumisión hacia el hombre y su deseo natural hacia la maternidad. En suma, la feminidad o el rol de "la mujer" se construye a través de la pasividad sexual, sometimiento al hombre y la entrega amorosa a la crianza.

En aquel momento era tan fuerte esta idea de que ser mujer era eso o de que ese era el rol que debíamos cumplir en la tierra, que ante las constantes y generalizadas enfermedades de las mujeres (fatiga crónica, depresión, histeria etc) por estar sometidas a la animalidad, se desarrollaron estudios seudo científicos para explicarlo y naturalizarlo.

Así por ejemplo, un estudio realizado por dos psicoanalistas Freudianos (Modern Women-The lost sex Marynia Farnham y Ferdinand Lundberg) llegaron a la conclusión de que: las mujeres tenían un nivel educativo demasiado alto que les impedía adaptarse a su rol como mujeres.

Además se le asignaron nombres pomposos a las tareas femeninas para convencerlas de que el rol que les tocaba, es decir el trabajo de cuidados en forma gratuita disfrazado de amor incondicional, era muy digno y valorado, cuando en la práctica el mismo carecía de valor y empobrecía a las mujeres. Entre otros nombres, se le llamó a la mujer el Ángel del Hogar, y se la confiscó a las cuatro paredes de su casa alejándola del espacio público, del poder, del dinero y de los lazos sociales.

Algo muy parecido sino igual nos sucede actualmente en los diferentes ámbitos de nuestras vidas. Se exalta nuestra capacidad de criar, comprender o contener a nuestros/as hijos/as y de llevar una casa como una forma de evadirse de dichas tareas, se premia la coquetería y belleza femenina estimulando a la mujer a la pérdida de tiempo y dinero para sostenerse eternamente joven, se resalta su capacidad de hacer todo al mismo tiempo, sometiéndola a la doble o triple jornada laboral con sus obvias consecuencias: fatiga, precariedad, empobrecimiento etc.

Así es que se dice a todas voces que respetan mucho a las mujeres y que incluso las consideran más inteligente o superiores a los varones, pero los cargos de poder y las cúpulas están constituidas por varones. ¿Por qué si somos tan valiosas no se rodean de nosotras? ¿Por qué no nos convocan para el poder?

Quizás porque en nuestras mentes aún las mujeres estamos para otra cosa. Quizás porque aún conservamos aquel relato en que la mujer es la criadora de nuestros/as hijos/as o la deleitadora de nuestros sentidos. Quizás aquellos arquetipos de la mujer puesta al servicio del varón ya sea como santa y virgen o la puta que satisface nuestros deseos no hayan quedado en el pasado.

Todo es una cuestión de perspectiva. De cómo nos ven y de cómo nos vemos. De cómo debemos ser o hacer o vestir para ser válidas, para ser femeninas. Pero hay una cosa que tenemos que tener clara: como la feminidad es un rol que no está vinculado al poder, podremos ser todo lo femeninas que podamos para agradar a los varones y a nuestras pares, pero ese camino nunca va a llevarnos hacia la igualdad.

LA AUTORA. Emiliana Lilloy. Abogada. Directora de la Diplomatura en Género e Igualdad. Directora en IGUALA Consultora.

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