Presidencia de Alberto Fernández: el corazón le irá dando espacio a la razón

Alberto Fernández encontrará su eje, su centro. Mientras tanto, gambetea por izquierda y derecha, para contener y calmar alertas. Pero no es tiempo de epopeyas ni aventuras personalistas, sino de un gobierno práctico y dialoguista.

Periodista y escritor, autor de una docena de libros de ensayo y literatura. En Twitter: @ConteGabriel

Todos los políticos saben que una cosa es hablar y movilizar en tiempos de campaña proselitista y otra muy distinta es gobernar. Lo debería saber también, a estas alturas de la democracia argentina, la ciudadanía. Pero prefiere hacerse la distraía y entregarse a las pasiones en lugar de cultivar la razón.

Otra maniobra de la dirigencia política -de la que no resultan ajenos los otros dirigentes de las cosas que nos pasan en la vida, como los empresarios, los gremialistas- es declarase sorprendidos por lo que encuentran cada vez que se inicia una gestión de gobierno. En este punto, ya nos toman por estúpidos: ¿quién se postularía y por qué para ocupar un cargo, y quién lo apoyaría si antes no cuenta con un diagnóstico más o menos preciso de lo que hay, que representa un punto de continuidad o partida?

En este sentido, Alberto Fernández, presidente electo, va gambeteando por izquierda y derecha en los días previos a tener que hacerse cargo de este lío que se llama Argentina, en una continuidad de la campaña. ¿Innecesario que lo haga? Probablemente, pero todavía vivimos la "edad del pavo" de la política por estos pagos y hay que dejar tranquila a demasiada gente que piensa o reacciona (sin pensarlo demasiado) de maneras muy distintas y aun creyendo ese mito de que el corazón importa para pensar, cuando ya todos hemos comprobado que solo se puede hacer con el cerebro.

El Presidente va a tener que dejar contentos a una variada cantidad de sectores que formaron su plataforma de lanzamiento, pero la otra base, la de sustentación en el cargo, la representa otra gente, otras ideas, otras obligaciones y demandas.

Así como agradece a los dictadores nicaragüenses Daniel Ortega y Rosario Murillo, autores de la privación de libertades y masacres que han sido criticadas hasta por quienes fueron parte del primer gobierno sandinista, se pavonea con la llamada de Donald Trump, aquel que maneja el FMI y a quien, a diferencia de los tiempos de campaña y esas amistades "del corazón" prefirieran repudiar, Alberto Fernández alentó como garante de la estabilidad. Tuiteó sobre el "telefonema" del estadounidense: "Me comunicó que instruyó al FMI para que trabajemos juntos para resolver el problema de nuestra deuda. Le agradecí por su importante gesto y le transmití mi intención de mantener una relación madura y cordial con los Estados Unidos".

¿Hay dos Albertos? No. "Ojalá", podría estar pensando en el departamento que le presta un empresario en Puerto Madero para vivir, desde donde piensa en los pobres (nuevamente, la dicotomía básica de la argentinidad al palo).

Pero la esquizofreia o el desdoblamiento de personalidades no ha sido nunca buena consejera. Menos, en el peronismo, ya que terminan persiguiéndose deseando el exterminio de la otra.

Alberto Fernández es un pragmático. Los ingenuos son los otros, los que prefieren adorarlo en lugar de comprenderlo.

Así, elogia a unos para contenerlos, y le guiña el ojo a otros, para poder gobernar. Pero le resultará imposible sostener equilibrada la balanza conformando a todos. A unos, tendrá que darles circo pero a los otros, el pan. Roma (y aquí no hay alusión escondida a ningún religioso prominente argentino, aunque podría haberla si desarrolláramos más este análisis de situación) sigue estando vigente en el ejercicio político.

Fernández será un presidente que encontrará un eje. No hay forma de que se lo incline hacia el chavismo ya que hoy, en Argentina y ante el mundo, es inconsistente y le juega en contra. Y ese eje es sostenerse en pie y sostenernos a todos nosotros. No tiene chances de caer en un populismo exacerbado ni por izquierda ni por derecha y eso resulta interesante como experiencia de gestión.

Hay condicionamientos internos (el resultado electoral de la que será su oposición, la composición equilibrada del congreso) y externos (el mundo en nuevas tensiones) para que esto suceda. Y ambos lo empujan, otra vez, hacia el Fernández más racional y dialoguista en lugar de encerrarlo en una opción vinculada a la épica caudillista. Si es un Menem o un Kirchner, se verá con el paso del tiempo. Pero por allí pasó -más que en otros casos de presidentes peronistas- el encuentro de un centro articulador con el momento del mundo. Bien lejos de una aventura personalista que, siempre, ha terminado mal.

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