La diplomacia argentina, en manos de aventureros políticos

Se está destruyendo la relación de Argentina con los países vecinos con el falso discurso de la "Patria Grande". Rafael Bielsa no ha renunciado a pesar de la gravedad de su intervención en la política interna de Chile, que no es la primera.

Periodista y escritor, autor de una docena de libros de ensayo y literatura. En Twitter: @ConteGabriel

Las relaciones internacionales de un país se construyen a lo largo de la historia y representan uno de los factores clave para la identidad que esa nación construye hacia el mundo. Es un juego de equilibrios delicados, basados en antecedentes históricos y decisiones del presente, que conforman la carta identitaria de todo un pueblo.

De allí que los protagonismos personalísimos hayan sido castigados, a lo largo de los años, con la salida de sus figurones de la carrera, algo sobre lo que hay consenso entre los verdaderos especialistas. No hay lugar para desplegar apetitos personales en este ámbito. Es una orquesta en donde los solistas desentonan, pero no solo quedan en ridículo individualmente, sino que colocan en una posición adversa a todo el conjunto.

El papelón argentino de los últimos años, con los "fernandistas" al frente de la Cancillería, Felipe Solá y su brusco reemplazo con el acomodo subsiguiente de Santiago Cafiero allí, no son los únicos en la historia argentina. Menos aun en la relación con Chile, con quien el excanciller y actual embajador Rafael Bielsa se esfuerza por romper relaciones, de prepo, solo por sus delirios ideológicos que ya fracasaron en los años '70. Debe recordarse que Argentina tuvo como representante en Santiago en tiempos de Carlos Menem, por ejemplo, a Oscar Spinoza Melo, expulsado tras sus ostentosas orgías.

Qué le respondió al embajador Bielsa la cancillería de Chile 

El asunto es que se supondría que de unos papelones se aprende para no repetirlos en el futuro, cuidando la imagen de todo un país en el extranjero.

Pero no ha sucedido eso.

Bielsa, cada vez que ha podido, ha sacado al militante provocador que lleva adentro y que lo ancla en su adolescencia política para desparramar un cotillón personal de ideas que no nos representa como sociedad y lo ha hecho en nombre de todos los argentinos desde la embajada en Chile. Primero, acusando a ese país de gastarse los recursos para el Túnel Agua Negra, tratando de socavar políticamente al presidente Sebastián Piñera, actuando cual agente político encubierto y no como embajador de dos países; luego, acompañando al reo Facundo Jones Huala, condenado por delitos detrás de la cordillera, en un exceso político partidario en el ejercicio del cargo de embajador y ocupando una tarea consular. Ahora, metiéndose en la disputa electoral interna de Chile, cuestionando al candidato José Antonio Kast, que ganó, nada menos, creyendo que con eso favorecía al comunista Gabriel Boric. Ambos y también la Cancillería de Chile, lo retrucaron, demostrando un nivel que ninguna institución argentina siquiera alcanza.

Fernández, el presidente, entre tantas otras cosas que dice y desdice al intentar conceptualizar su gestión, sostuvo que el eje de la diplomacia en su gestión se mira en el espejo mexicano de "no intervención en los asuntos internos de otros pueblos". Pero es mentira: los diplomáticos y políticos acomodados en la Cancillería no se meten cuando se violan los derechos humanos en Cuba, Nicaragua o Venezuela, pero se meten constantemente en los países en los que esta versión rara del peronismo en el poder cree que puede influir en las decisiones de sus pueblos para conseguir que ganen presidentes políticamente amigos. 

La reacción del Gobierno ante el triunfo de Kast en Chile: "Es antiargentino"

Esta posición, además de resultar insostenible en el sistema internacional y que ridiculiza a la Argentina toda, se basa en el ensoberbecido autoconvecimiento del grupo gobernante en el país de que su modelo de gestión puede "exportarse". Ya hubo no una encuesta sino dos que dicen que es un desastre difícil de imitar: las PASO y las elecciones legislativas.

Sin embargo, el Gobierno no escarmienta y sostiene en sus cargos a personas inhábiles para representar a país. Está el caso del poeta Bielsa, a cuya hermana Maria Eugenia la Casa Rosada ya se sacó de encima tras elegirla como ministra de Hábitat. Pero hay mucho más desparramado por el mundo: las loas al Partido Comunista China por parte del excanciller y actual ministro de Defensa, Jorge Taiana, quien en nombre del Partido Justicialista, le entrega la Argentina como si fuera parte de un botín ganado en las elecciones de 2019 que no debe devolver por perderlas en las de 2021.

Felipe Solá tiene todo su capítulo de traspiés y trapizondas, tanto en la relación con países dictatoriales como con e Mercosur.

O el caso del representante ante la OEA, Carlos Raimundi, un radical ochentista vinculado a Mendoza, que extraña los viajes de cosecha a Nicaragua y Cuba que ocurrían antes de que cayera el Muro de Berlín, que no da explicaciones a la prensa y que tiene carta blanca para hacer su propia militancia en el túnel del tiempo ante un organismo internacional, aun en contra de lo que otras instancias institucionales definen.

Boric también salió a criticar las declaraciones de Bielsa sobre su contrincante Kast

Se está destruyendo la relación de Argentina con los países vecinos con el falso discurso de la "Patria Grande". Ya ocurrió con los gobiernos de Néstor Kirchner y de su esposa Cristina, cuando el país se enfrentó a Uruguay por las papeleras, a Brasil por el Mercosur, a Bolivia y Chile por el gas, a Paraguay por la hidrovía. Alberto Fernández, ya electo y antes de asumir, se metió en la campaña electoral de Uruguay y fue reprendido oficialmente. Y luego, felicitó antes de que ganara, al maoista peruano Pedro Castillo, y la Cancillería del Perú pidió que se retractara.

La actitud es de estudiantina beligerante, confiada en que "el conflicto construye identidad". Una Argentina que se muestra a través de sus enviados a representarla al mundo como un país bravucón, sin embargo, poco favor le hace a su presente y deja un remanente de bronca para el futuro que condiciona a futuros gobiernos.

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