Nunca fuimos el granero del mundo

Dice Pablo Gómez en esta columna: "No hay nada que añorar: fuimos y somos un país (y por qué no ampliarlo y decir también que somos un planeta) manejado económicamente por unas pocas personas, en donde la pobreza cubre a la mayoría".

Pablo Gómez

Quienes habitamos en este maravilloso país, tenemos una cosa tanguera que nos lleva a añorar lo que supuestamente fue bueno y ya no es: de hecho algo bastante parecido a eso dice al menos un tango, aunque en general los versos que forman parte de las interpretaciones musicales son de hablar de mujeres que han abandonado a los varones autores de las letras. Pero más allá del significado explícito de las canciones, nos definen en buen modo como Nación: somos de llorar al pasado recordando, como bien dice también la canción de un famoso catalán, "tus recuerdos son cada día más dulces, el olvido se llevó solo la mitad".

Pero dejando de lado la poesía musical, es habitual escuchar la queja de personas que viven en Argentina, recordando que "antes éramos el granero del mundo, y ahora mirá como estamos". Desconozco si entre quienes leen estas palabras hay algún estanciero de la pampa húmeda, pero salvo por esa persona, lamento comentarles que ni ustedes ni yo fuimos nunca el granero del mundo. Es una frase que quizá sirva para aquellos militares del siglo diecinueve que se quedaron con las tierras de los pueblos originarios del país, o quizá sirva también para los grandes empresarios nacionales o importados que les compraron esas tierras, porque creo entender que fueron ellos los que plantaron trigo, pusieron vacas, y ahora siembran soja, en tierras que en muchos casos se siguen quitando a habitantes originarios como ocurre en el norte del país. Pero de algo estoy seguro: ni yo, ni buena parte (al menos) de quienes leen estas letras, fuimos nunca dueños de algún terrenito que pudiera ser considerado como parte del granero del mundo.

En mi caso al menos, desciendo de los barcos que trajeron a mis bisabuelos y bisabuelas. Europeos sí, pero personas pobres del sur de ese continente, labriegos y amas de casa sin educación formal que vinieron a este famoso granero del mundo a deslomarse trabajando. Y es que los nuevos dueños de las tierras necesitaban mano de obra, y ahí estaban mis parientes, y muy probablemente los tuyos también. Esos supuestos "grandes hombres" que habían forjado la estructura de éste país, detestaban a los gauchos y a los nativos: por eso, como había hecho Estados Unidos, pretendieron "mejorar" a la población con personas de Europa; aunque la verdad es que ellos pensaban que iban a venir al país europeos del norte, pero ya era tarde: la crema y nata de la sociedad del viejo continente se había trasladado al norte de América, y a los del sur de éstas tierras nos tocaron, casualmente, los del sur de allá.

Por eso es que los dueños del granero del mundo, cuando pretendieron abusar laboralmente de los inmigrantes, se tuvieron que enfrentar a las huelgas organizadas por esos mismos extranjeros que ellos habían invitado a Argentina. De todos modos, rápidos de reflejos, promulgaron una ley por la cual podían deportar a quienes ellos quisieran, sin que esa persona tuviera derecho a un juicio justo. Esa fue la realidad del famoso granero del mundo del siglo XIX y de comienzos del XX.

Después llegaron los gobernantes elegidos por el voto secreto que pretendieron dar vuelta la tortilla, y fueron los viejos dueños reales del granero del mundo quienes los derrocaron, una y otra vez, para poder seguir tomando las decisiones económicas, que es de lo que realmente se trata la cosa: "es la economía, estúpido", dijo alguna vez en otro idioma un político famoso, y tenía razón.

He visto en estos días algunos videos de personas que hacen un comparativo entre "aquel granero del mundo" que era Argentina, y la situación actual: les comento que los dueños de los campos de la pampa húmeda, como hace ya casi dos siglos, siguen haciendo buenos negocios, y siguen pasándola de maravillas. Antes, gauchos, nativos e inmigrantes, solo eran parte de las imágenes cuando de fotografiar lo no deseado se trataba: ahora, las clases bajas, en buena parte descendientes de aquellas personas, son los que engrosan las estadísticas de habitantes en situación de pobreza. Salvo que las imágenes ahora son a color, no mucho más ha cambiado en los rostros de los fotografiados: rostros tristes, de personas que probablemente presienten que su cara será utilizada para que mucha gente vierta su "qué vergüenza", pero que de todos modos no van a cambiar su situación cotidiana ni van a mermar su hambre ni su falta de salud.

En definitiva, en mi humilde opinión no hay nada que añorar: fuimos y somos un país (y por qué no ampliarlo y decir también que somos un planeta) manejado económicamente por unas pocas personas, en donde la pobreza cubre a la mayoría. Y esas mayorías, por más que nos repitan lo contrario, nunca fueron parte del reparto de la torta en el añejo granero del mundo, como no lo son actualmente de los campos sojeros del siglo veintiuno. Si queremos un país mejor y más justo, no nos estaría quedando otra opción, creo yo, más que dejar de mirar al pasado y buscar una opción de futuro que incluya a todas las personas, o al menos, a las grandes mayorías: ahí sí que vamos a ser el orgullo del mundo, o al menos de las futuras generaciones de habitantes de éste bendito país, que no es poca cosa.

Esta nota habla de:
¿Hay que prohibir el uso de celulares en las aulas?