El peso de la inmigración

La historiadora Luciana Sabina cuenta, en esta nota, cómo "Argentina se convirtió en un espacio de acogida para millones de inmigrantes. Hoy, sucede todo lo contrario: los bisnietos y tataranietos de aquellos expatriados buscan un mejor futuro lejos de la patria".

Luciana Sabina

La presidencia de Nicolás Avellaneda se caracterizó por una profunda crisis económica, alimentada por factores externos e internos. La situación fue menguando, abriendo espacio a la expansión agrícola y un momento icónico: los argentinos comenzamos a exportar tímidamente carnes congeladas.
Además, la red ferroviaria prácticamente se duplicó. Era el nuestro un país joven, pujante, que con la Ley de Inmigración abrió las puertas a "todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino".

Desde el Estado se fomentó la llegada de europeos para poblar un país de dos aproximadamente dos millones de habitantes, según el censo realizado por Sarmiento. Simultáneamente la Campaña al Desierto, encabezada por Julio Argentino Roca, duplicó la superficie nacional. 

Debemos señalar que quienes se incorporaban a Argentina no sólo obtenían beneficios y facilidades, entre sus obligaciones estaba la de respetar las normas vigentes. Debido a su incumplimiento, numerosos extranjeros fueron enviados la frontera.

Alfredo Ebelot, ingeniero francés al servicio de Avellaneda y famoso por diseñar la "Zanja de Alsina", refiere al caso de un europeo al que conoció cumpliendo su pena. 

Se trataba de "un italiano -escribió- nacido en Atenas que, soldado por vocación e indisciplinado por temperamento, se había posesionado de todas las ocasiones de guerra (...) había luchado junto con los turcos en las montañas de Creta y más tarde con todos los adversarios contra los cuales batalló el general Garibaldi en Italia y Francia. Sus pecados lo habían llevado al fortín Aldecoa. ¡Qué hallazgo para nosotros, en medio del desierto y al fin del mundo, un oficial citando a Homero y a Tasso en su propia lengua!".
Durante la siguiente presidencia algunas provincias se sumaron a la aventura de buscar población en el extranjero, entre ellas Mendoza. En julio de 1884 el italiano Santiago Saglieri fue seleccionado como encargado por el Gobierno provincial para promover la llegada de italianos a Mendoza. También se le dio el encargo de traer de la península cuadros, estatuas, monumentos de mármol para el panteón, semillas y máquinas agrícolas.

"A juzgar por los conocimientos del Sr. Saglieri -leemos en la prensa local- y los variados productos que lleva de la Provincia, es probable que muchos de sus compatriotas, inteligentes obreros y agricultores los más, se decidan a venir a la Provincia. Nos felicitamos de ello". 

Así fue como Argentina se convirtió en un espacio de acogida para millones de inmigrantes. Hoy, sucede todo lo contrario: los bisnietos y tataranietos de aquellos expatriados buscan un mejor futuro lejos de la patria.

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Durante los festejos del Mundial vimos como los centros de las principales ciudades del mundo se vistieron de celeste y blanco para festejar, celebrando como parte del país en el que eligieron no vivir, pero del que jamás dejarán de ser parte.

Lo interesante es que lo mismo sucedía en Argentina hace cien años, todo lo que afectaba a Italia o España tenía un fuerte impacto en nuestra sociedad.
En Mendoza las distintas asociaciones de inmigrantes realizaban bailes o encuentros. En caso de suceder alguna tragedia en el país de origen, por ejemplo un terrible terremoto que afectó a Sevilla a fines del siglo XIX, se realizaban colectas para contribuir con los damnificados.

Un episodio en particular afectó notablemente a los italianos que habían llegado a estas tierras. El asesinato del Rey Humberto I generó movilizaciones y homenajes multitudinarios en la ciudad de Buenos Aires.
La revista Caras y Caretas dejó un testimonio extenso de dichas manifestaciones.

"El soberano de Italia -publicaron en agosto de 1900-, el rey caballero, Humberto I, que por dos veces había podido salvarse de las criminales asechanzas de quienes atentaban contra su vida (...) ha perecido asesinado en Monza por el anarquista Gaetano Bressi, que le descerrajó tres tiros de revólver, uno de les cuales atravesó el corazón del valiente guerrero de la independencia italiana. Nuestros colegas diarios se han hecho eco del sentimiento de condolencia experimentado en Buenos Aires al conocerse la dolorosa noticia".

Un par de meses más tarde los homenajes no cesaban. Leemos en la misma revista: "No fue una ficticia manifestación de duelo la efectuada en la república entera a raíz del alevoso asesinato del rey de Italia. Han pasado los meses y el sentimiento público no se ha modificado. Para perpetuar el recuerdo de Humberto I, se ha dado su nombre las calles de diversas ciudades de nuestro país, y en otras se han levantado estatuas monumentos su memoria. Tal se ha hecho últimamente en Mar del Plata".


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En Mendoza dos calles llevan el nombre de Humberto I, una de ellas en Luján de Cuyo y otra en Maipú, centros de inmigración italiana por excelencia. 

La presencia de los inmigrantes era tal que llegaron a modificar el himno nacional argentino. Nuestra canción patria hacía alusión a los españoles de manera agresiva. Para cambiarlo los ibéricos realizaron marchas y protestas por las calles del país, especialmente las de Buenos Aires. A esto sumaron solicitudes diplomáticas. 


Julio Argentino Roca, por entonces presidente, decretó en marzo de 1900:
"Sin producir alteraciones en el texto del Himno Nacional, hay en él estrofas que responden perfectamente al concepto que universalmente tienen las naciones respecto de sus himnos en tiempo de paz y que armonizan con la tranquilidad y la dignidad de millares de españoles que comparten nuestra existencia, las que pueden y deben preferirse para ser cantadas en las festividades oficiales, por cuanto respetan las tradiciones y la ley sin ofensa de nadie, el presidente de la República, en acuerdo de ministros decreta:
Artículo 1°. En las fiestas oficiales o públicas, así como en los colegios y escuelas del Estado, solo se cantarán la primera y la última cuarteta y el coro de la Canción Nacional sancionada por la Asamblea General el 11 de mayo de 1813."

Cabe destacar que entre los ministros que firmaron estaba nuestro Emilio Civit, primer Ministerio de Obras Públicas de Argentina.


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