Infamia

Dana Azzolina es estudiante de 5to Año de la Escuela Italiana. Le gusta escribir. Se interesa por los temas sociales con perspectiva de género. Y aquí, una historia para leer hasta el final. Vale la pena.

Dana Azzolina

Surreal me sentí al observarme tan cerca y tan lejos al mismo tiempo. El sol se posaba en mi mirada, y la luz de su reflejo aclaraba el marrón de mis ojos. El frío acechaba fuertemente sobre mi pueblo, y la brisa alborotaba mi cabello. Sentí levemente el sonido de una aguja de reloj; en un segundo, ladeé mi cabeza y volteé a verme. Quizás con miedo o quizás con felicidad, pero aún así sonreí. Por un momento, creí poder escapar, aunque una gran estaca me aferrara al dolor.

Me vi de una manera poco común, sin observarme realmente, pero aún así, sabiendo que era yo quien estaba allí.

Un niño lloraba incesantemente. Las personas se reunían a mi alrededor, susurraban palabras que no lograba comprender del todo, y otros, imploraban ayuda.

No sabía dónde estaba, ni cuál era mi lugar en el espacio. A lo lejos, cual música clásica, sonaban sirenas. Tomaban mi muñeca y tocaban mi cuello. Entre tanto murmullo me sentí sin salida, generando una continua confusión entre mi cuerpo y mi alma.

Entonces, queriendo alcanzar mi mano, queriendo huir, observé que el reflejo desaparecía y que con ella se iba mi ser.

Fue un punto y luego nada.

Desde la esquina de aquella angosta calle de Buenos Aires no logré visualizar los hechos. Tan solo, al ver mi sangre por el suelo, distendida frente a mí, entendí, que mi vista no observaba a través de un espejo, sino, a través de sus sueños.

Lujosa, inmensa, increíblemente fusionada por la ambigüedad de lo moderno y lo antiguo, éstos eran algunos adjetivos que a mi parecer, describían a la perfección la habitación en la que me encontraba, aun así mi alma se sentía pequeña y vacía.

Mi cuerpo, agitado, saltó sobre la cama. Parpadeé varias veces, sin comprender si la realidad se relacionaba enteramente con mis pensamientos.

Escuchaba aquel profundo sonido de la leña quebrarse, desmoronarse, romperse en pequeños trozos hasta desaparecer entre las cenizas. Era un invierno desgarrador, controversial y sobre todo completamente ruidoso. Aquel silbido del viento, la nieve chocando contra el ventanal que se encontraba a mi lado. Siempre me había dejado llevar por la agudizante claridad de los hermosos sonidos de la vida.

Desde las sábanas, observaba la maravillosa vista que me regalaba el otro lado del cristal. Me gustaba despertar y saber que aquellas montañas inundadas de nieve estarían esperándome; pero hoy en particular, no pensé en ello hasta que logré visualizarlas. Me posé sobre la cama y di un gran suspiro. Junté las hojas y la lapicera con la que estaba redactando mis últimos escritos. Había pasado tantas horas escribiendo aquella novela, que el cansancio terminó por ganar la partida. Miré la taza que sostenía mi mano y entendí que el café se había enfriado, al igual que su mirada...

Mientras observaba el atardecer, se acercó hacia mí en pequeños pasos. Se sentó a mi lado y cubrió mis miedos con un abrazo. Nos miramos en silencio, entendiendo firmemente el significado de nuestras miradas. Sonrió dulcemente y al regresarle aquel hermoso gesto, recité la última oración de un poema, aquel que le dediqué con amor y también un poco de dolor. Me escuchó con calma y luego se acercó hacia mi cuerpo.

  • Encuentro más de mil capacidades surgiendo de vos. Dijo, citando el diálogo de aquella película de amor que nos había herido el alma; y de alguna manera, me gustaban sus formas alternativas de expresar un te amo.

Una leve brisa comenzaba a recorrer nuestros cuerpos, y encerrándome suavemente entre sus brazos, vimos caer las estrellas.

Mientras miraba detenidamente cómo se reía, supe que podría quedarme allí por miles de años más. Junté sus labios con los míos sutilmente. Por un momento, sentí detener el tiempo, quizás por el deseo de que aquel instante se volviera eterno.

Sentí que estaba justo en mi pecho, cuando noté que se había ido y que mi cuerpo abrazaba su sombra.

Abrí los ojos, y en un océano, no me encontré. Aquel recuerdo rondaba constantemente por mi mente.

Me había pasado años rogando que no se fuera y sin darme cuenta, intentando salvar su vida terminé dañando la mía.

Fue entonces cuando sentí mi vida pesar, como si no hubiera un mañana, como si hoy fuera todo y a la vez no fuera nada.

Escuché un "tic-tac, tic-tac", y caí en la cuenta de que ya era hora de levantarse. Debía entregar mi novela a las 9:00 en punto, de lo contrario, mi éxito literario tardaría aún más en llegar.

La emoción recorría mi cuerpo de una manera inusual. Por fin, podría concretar este sueño tan grande.

La editorial quedaba a 10 minutos de casa y el reloj marcaba las 8:00 de la mañana. Me di el tiempo para bañarme, cambiarme y alistarme para mi gran día.

Bajé las escaleras de mi apartamento y saludé al portero. Saqué mi bicicleta y comencé a andar. La brisa no le hacía ningún favor a mis cabellos, aún así mi sonrisa triunfante se mantenía presente.

Un pequeño fragmento del sueño que me había quitado las horas de mi tan esperado descanso, pasó por mi mente; lo encontraba tan incoherente que no le di importancia y continué mi camino.

Al llegar, observé los grandes ventanales del edificio que se encontraba ante mis ojos. Los mayores literarios de Argentina habrían de pasar por aquí y en cuanto a mí...podría seguir sus huellas dejando mis pasos.

Ingresé con grandes ansias y expectativas, aunque al levantar mi mirada, no encontré más que un elegante mural en forma de semicírculo que contenía una puerta completamente iluminada. Realmente, no comprendía la recepción de aquel lugar, tan fino y distinguido, pero a la vez tan seco como Mendoza. Llamé a la puerta varias veces, y al no recibir ningún tipo de respuesta, decidí abrirla.


Rozando tu rostro suavemente con mis dedos, te sentí tan fría como el hielo. Me tocó verte blanca cual nieve, apagada, con los párpados inactivos, introducida en cuatro maderas, me caí, mi mundo se derrumbó, y entonces...te di un beso en la frente; pequeño pero a la vez gigante; te veías tan diferente, tan triste.

Me sentí impotente, con enojo y angustia, con una mezcla de sentimientos enorme. Aún así, nada superaba el dolor inmenso que me causaba el saber que ya no escucharía el sonido de tu voz, de tu risa, que ya, no nos miraríamos al espejo con ganas de comernos el mundo, que ya no sonreirías ni tampoco sanarías mi tristeza con tu dulce amor.

Hoy... me observo a través de la pesadilla que se llevó mi vida, y ruego que desde allí, desde la tierra, la justicia haya prevalecido mi muerte y el recuerdo de la lucha.

Mamá sentada frente al piano tocaba la melodía que a mí me fascinaba en la niñez.

Pocos eran aquellos que amaban la música de suspenso y misterio, y yo, formaba parte de ellos.

Me acerqué lentamente, sin entender con exactitud la diferencia entre mi realidad y los sueños. Juraba que era ella, su cabello oscuro tan largo, su traje de gabardina, sus zapatos de charol.

Me tomé el tiempo de observar detenidamente la habitación, y recordé, que la sala de estar de la casa de mi madre, era de alguna manera, exactamente igual. Los ventanales y su paisaje, la lujosidad de sus muebles, el aroma a las plantas que tanto adoraba.

Sin importar si fuera real o fuera mentira, estreché mi brazo sobre el hombro de mi madre. Sus manos se alejaron suavemente del piano y la canción dejó de sonar. Giró su cuerpo con tal lentitud que alcancé a mirar frenéticamente el verde de sus ojos; pero, al voltear su rostro completamente, noté que sobre su cuello corría la sangre, y en mis manos el cuchillo que habría de matarla.


La noche era tan fría que mi piel se asemejaba al hielo, el manto que me cubría no era lo suficientemente cálido como para frenar la brisa que estremecía cada parte de mi cuerpo.

El cielo oscurecido y ruidoso anunciaba una gran tormenta con el sonido de sus truenos. Hundiéndome lentamente sobre la oscuridad, deslicé mi espalda contra el mural y sin dudar si era correcto o no, derramé una cálida gota de agua. Al tocar el suelo lleno de hojas secas y pequeñas ramas, encerré mi rostro entre mis piernas y mis brazos. Y allí, formando un océano de lágrimas, le susurré a la nada misma:

  • No hay suspiro que valga la pena en este infierno.

Lágrimas de sal, corazón encogido y soledad.

Recordé tu risa, cuando era música para mis oídos, aunque aún hoy, queriendo silenciarte, inquietas y destruís mi mente con ella.

Tu obsesión, mi obsesión, me jugó en contra, y tu amor, se esfumó más allá de tu muerte y la anhelación de la mía.


Corrí. Mi respiración aumentaba el nivel de agitación segundo a segundo. Subía cada escalón de la manera más rápida posible, y a medida que la puerta de aquella eterna escalera se acercaba, las grandes piedras rectangulares extendían su tamaño. Me caí, mi labio desprendió una gota de sangre que se desmoronó lentamente contra el suelo.

Continué el camino en búsqueda de tu rescate. Abrí la puerta, la luz tenue de aquel lugar era fría y oscurecida. Me paré erguida y observé detenidamente cada detalle. Miré las columnas, el vacío, la decoración y suavidad del color, el aroma; el departamento era lujoso, de hecho, era maravilloso, aunque la situación fuera terrorífica. Fui en busca de tus ojos y me perdí, no te encontraba, no te veía, no te escuchaba y aún más desesperación encontraba.

Fue entonces cuando una repugnante criatura tocó la puerta. Al abrirla lentamente, el chirrido de la puerta hizo que mis ojos giraran ante tal despreciable y asqueroso animal. A pesar de que su manto se asemejara al del diablo, lamentablemente se disfrazaba del alma hueca de un ser humano.

Aquel ser dio tres largos pasos hacia mí y casi sin que el tiempo pasara, quedó a un metro de mi cuerpo; alzó la cabeza lentamente y al mirarme sonrió, fue una sonrisa de odio incesante y de placer continuo al saber que mi furia enloquecía. Entonces te vi llegar, iluminabas la sala de estar con tu dulce risa. El diablo se había vestido de príncipe y sus encantos te mantenían cegada ante tal engendro. Mi mundo cayó. Corrí aún más para poder sentir tus brazos, y cuando por fin logré tocarte me miraste con sorpresa, marcaste mis ojos con aquel falso manto de la felicidad. Sabía que no eras feliz, y tus marcas en el pecho simplemente confirmaban mi hipótesis. Te abracé sin más. Mis lágrimas comenzaron a rondar sobre tu cuerpo. Te extrañaba.

Agarré tus hombros con firmeza, rogando, queriendo que no te vayas nunca; y en ese instante, aunque la voz se me cortara, susurré:

  • Aléjate, va a quitarte la vida con sus propias manos. Déjame darte seguridad y felicidad. Déjame ayudarte. Sé el final de esta historia, por favor escúchame.

Los ojos de aquel animal me observaban serenamente, como si supieran que vos no me harías caso. Y no lo hiciste.

Me mirabas con aquellos ojos tristes, implorando que te llevara pero aún así quedándote en silencio.

  • Lo siento, no puedo, aquí soy feliz. Me dijiste al borde del llanto y a sabiendas del dolor que sufrías.

El mundo comenzó a caerse, y te abracé fuerte, fuerte para retenerte, para hacerte vivir, fuerte...como el lazo de amor y lucha que aún te tengo.

Quería que te quedaras conmigo y no te fueras nunca, ni tu amor, ni tus abrazos, ni tus besos, ni tu voz.

A pesar de mis deseos, la mañana y la luz del sol entrante por mi ventana, me aferró a abrir los ojos. Las montañas continuaban allí, blancas y puras. Observé mi habitación y allí vacía, no te encontré a mi lado.


De pronto, me encontré sobre la acera, sin saber dónde ir. Levantándome con dificultad, visualicé frente a mí una tienda de antigüedades. La situación me desesperaba, me abrumaba.

Entre tropezones, corrí tanto como pude y logré entrar al bazar. No vi a nadie, el silencio y la oscuridad inundaban la sala. Sin siquiera verlo llegar, un señor de avanzada edad se posó detrás del mostrador, su aspecto no era muy favorable; su cuerpo se veía deteriorado, casi comido por sus propios gusanos, sus muñecas tenían grandes marcas y su rostro emanaba sangre.

No logré ver sus condiciones físicas hasta el momento en el que me abalancé sobre él y sin más le rogué entre lágrimas y sollozos que me vendiera la salvación de mi alma.

El viejo, sorprendido, dejó caer el lápiz que sostenía su mano y me observó cuidadosamente. Respiró hondo y se enmudeció.

Una tímida luz dejó que mi mirada lo observara. Me rendí y creí que había enloquecido.

Sentí la inmensidad del mundo caer detrás de mí a través de un gran ruido. Exaltado me paré y escuché al viejo expresar:

  • Aquí está tu salvación.

Y al escuchar aquella voz comprendí...que el reencontrarse con uno mismo, puede ser una forma de salvarse, o también, de matarse.


Confundido, escuché a lo lejos un "tic-tac, tic-tac", que aumentaba su sonido a medida que se iba acercando a mí. Fue entonces cuando desperté.


Alterado, abrí mis ojos. Me levanté con calma del sillón y me quedé sentado mientras él me miraba. El "tic-tac" que generaba el lápiz de mi psiquiatra había dejado de sonar.

  • Hiciste un gran trabajo. Expresó el doctor.

La hipnosis había obtenido un resultado relativamente exitoso.

Ella había sido el amor de mi vida, y también la destrucción de la misma. Mis manos manchadas de su sangre no sentían ningún tipo de arrepentimiento. Al fin y al cabo, la hipnosis no había sido tan exitosa, ya que ella seguía rondando mi mente y recalcando las razones de su muerte.

Yo, no escribía sin cesar la novela que me llevaría a la cima, sino que, redactaba lentamente el final de mi vida, la vida que intenté arrebatarme; y la vida que le arrebaté a ella.

Mi madre, no había muerto, pero sí pensé en vengarme de ella luego del temor que me causó durante tantos años que yo fuese el culpable de su huída.

Yo, no había envejecido, pero sí había encontrado el lúgubre futuro de mi alma.

En síntesis, soñaba para comprender, o quizás escapar de mi propia realidad, pero... ¿y si mis sueños fueran mi peor pesadilla?


Aunque la luz del sol apenas rozara una diminuta línea sobre el suelo, desde este pequeño y sucio cuarto de encierro, sí lograba ver las montañas; o al menos eso imaginaba...El ventanal de mi lujosa habitación aún hoy se disfraza de cuatro paredes que obstruyen mi contacto con el exterior, pero al mismo tiempo, son lo único que me conecta. Debilitado por el cansancio de mi conciencia, te vi llegar. Tu sonrisa, siempre fue arte para mi, y yo, no quería compartirlo, yo, solo quería que fueras arte conmigo. Y así fue.

Te abracé sin pensarlo, sin creer que el matarte habría sido un daño, o mejor dicho, creyéndolo, pero aún así decidiendo por vos, porque eso me gustó siempre, decidir; y justo ese día, vos no iba a ser la excepción. Elegí por tu vida y por la de muchas más, pero vos...vos eras mi favorita.

De pronto sentí un gran dolor, bajé mi mirada y condenado te sentí respirar.


Yo, fui víctima de un femicida. Yo, fui quien se vio a través de un espejo, muerta, destruida, desolada y sin vida. Yo fui quien quiso salvarse a sí misma sabiendo el final de la historia, pero él siempre estuvo ahí, para continuar con su estructurada manipulación.

Esta vez no fue él quien matara, fuimos nosotras asfixiando su mente, fue cada una de nosotras haciéndose fuerte, mirando a nuestro asesino a los ojos sin sentir esa perversa debilidad impuesta por la ignorancia de una sociedad. Esta vez, fuimos nosotras... luchando por nuestros derechos, por la libertad, y por la fuerza de no querer ver nunca más a una sola mujer muerta por la mano de un hombre.


Libres seremos el día que nos enseñen a hablar y no a callar. El día que al andar no nos dé miedo el caminar, el qué dirán, el qué pensarán o peor, el qué nos harán.

Libres seremos aquel día en el que la lucha por alzar la voz de una mujer menos, sea escuchada, cuando no nos falte ninguna y la protección sea garantizada.

Libertad obtendremos cuando el miedo sea olvidado y cuando el hecho de ser mujer no sea una tortura.

Mientras tanto, nuestras voces seguirán gritando, nuestra revolución seguirá en pie, alzándose día a día, defendiendo nuestros derechos y rogando que hoy no sea nuestro último día.

Entonces... a lo largo de los años, a lo largo de este escrito y a lo largo de lo que me quede de vida, hoy cuestiono ¿Cuándo seremos realmente libres?

LA AUTORA. Dana Azzolina es estudiante de 5to Año de la Escuela Italiana. Le gusta escribir. Se interesa por los temas sociales con perspectiva de género.


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